martes, 27 de noviembre de 2018

ADELANTO DE KILL SWITCH- PENELOPE DOUGLAS

Kill Switch



Nota:Esta escena está escrita en tercera persona, pero la novela se escribirá en primera persona.Esta fue simplemente una forma mas eficiente de ponerte en la cabeza de ambos personajes para este breve vistazo.
¡Disfruta!

Entró en el dormitorio, extendiendo las manos para sentir su camino. Las 
puntas de sus dedos rozaron el marco de la puerta y luego rozaron la cómoda que 
había dentro. Ya conocía el terreno en su propia habitación, pero había aprendido 
por experiencia a tener un apoyo listo en caso que tropezara o chocara.
Había sido una niña desordenada, dejando sus cosas por todo el piso, pero, al 
parecer, perder el uso de sus ojos hace doce años ciertamente no la había alentado 
a convertirse en una persona más ordenada al crecer.
A él gustaba eso de ella. La forma en que su mundo ya no giraba en torno a lo 
que podía o no podía ver. Tenía que moverse por lo que sentía, y había confiado en 
ella para eso.
Había sido un error.
Caminó a través de su habitación, sus ojos mirando hacia adelante como una 
pantalla de computadora bloqueada en una imagen. Tocando la silla del escritorio 
frente a ella, se detuvo y levantó los brazos, quitándose las horquillas de su cabello, 
una por una. La pila de rubio sobre su cabeza cayó en forma de ondas, y él frotó 
sus dedos en puños, el deseo hizo que sus pulmones se contrajeran.
Era incluso más hermosa que cuando tenía dieciséis años.
Hace cuatro años.
Una piel radiante que aún se veía muy suave, piernas en las que había 
hundido sus dientes varias veces mientras gemía, un vientre tonificado se asomaba 
por su pequeña camiseta sin mangas rosada, y las tetas casi salían de sus 
confinados escondites. Todavía solo la veía a ella cuando cerraba los ojos.
¿Y lo que había entre sus piernas? Iba a saber tan bien como se sentía. 
Apostaría sus ojos por eso.
Era dulce, suave y suya. Incluso si hubiera tenido que robarlo.
Pasando sus manos hacia el lado izquierdo del escritorio, encontró un 
recipiente y levantó la tapa de cerámica. La observó poner sus horquillas dentro, 
cerrarla de nuevo y darse la vuelta.
Pero se congeló, a mitad de paso.
Volvió la cabeza en su dirección, sin verlo, por supuesto, pero… sabía que 
estaba allí.
Su cigarrillo, tendido en el borde de su cómoda junto a él, emanaba una 
ráfaga de humo hasta el techo de su habitación, clavo y tabaco impregnando el 
aire.
Inhaló un largo suspiro por la nariz, un pequeño jadeo siguió. Su barbilla al 
instante comenzó a temblar.
—¿Damon? —Apenas susurró.
Él sonrió.
El miedo grabó su dulce rostro en forma de corazón mientras disparaba sus 
manos delante de ella en defensa.
—Damon, ¿estás aquí?
Giró su cuerpo de lado a lado, preparándose para cualquier dirección de la 
que pudiera venir.
—Di algo —dijo, inhalando en respiraciones poco profundas.
Pero solo quería prolongar este momento. Cada uno de sus sentidos se 
agudizó mientras absorbía cuán indefensa estaba ahora. Tenía que saber que 
vendría algún día.
Tal vez por un momento de su tiempo. O por mucho más.
Se giró, todavía protegiéndose de un ataque.
—¿Estás aquí? —suplicó—. ¡Di algo!
Estoy aquí, pensó. Estoy mirándote directamente, pero no estás realmente segura, 
¿verdad? Puede que haya un hombre parado en tu habitación ahora mismo. 
Observando cada pequeño movimiento mientras caminas, completamente 
inconsciente que está contra la pared.
Incluso puede haber estado aquí antes. Varias veces.
Se acercó a la cama, sintiéndola al golpearse las espinillas, y la observó 
mientras se dejaba caer de inmediato y se arrastraba hasta encontrar la mesita de 
noche. Agitó las manos a través de la parte superior, derribó la lámpara, el 
despertador y tumbó unos pendientes.
Pero se detuvo, dándose cuenta que lo que estaba buscando no estaba allí.
No encontraría su teléfono donde lo había dejado. Estaba puesto junto a su 
cigarrillo donde lo había movido.
Podría intentar correr, pero gritar no ayudaría. Sus padres estaban fuera de la 
ciudad y su hermana ya no vivía en casa. Winter Ashby estaba sola en la casa.
La niña que lo había enviado a prisión hace cuatro años.
Se estiró, aplastó su cigarrillo en la parte superior de la cómoda y dio un 
paso. Las tablas del piso de la vieja mansión gimieron bajo el peso de su más de 
metro ochenta, y su aliento quedó atrapado en su garganta.
Se escabulló de la cama.
Girándose y manteniendo sus brazos frente a ella, gritó con lágrimas en sus 
ojos.
—¡Fuera! ¡Sal ahora!
Tropezó hacia atrás en su miedo y aterrizó en una pared, pero…
No. No era una pared. ¿Qué…?
Se dio la vuelta, con pequeñas gotas de sudor brillando en su pecho. 
Vacilante, extendió sus manos temblorosas y aterrizaron en un amplio pecho, una 
camisa y chaqueta áspera.
—¡No! —gritó, retrocediendo.
Pero la atrapó y la acercó, su cuerpo se puso rígido. Envolvió sus brazos a su 
alrededor, sosteniendo los de ella mientras la apretaba contra él.
Su nariz rozó sus labios mientras inhalaba su olor.
—Todavía lo usas —gimió—. Sandía de invierno. Recuerdo el sabor.
Su brillo de labios. Le dijeron que se ajustaba a su tez cuando era más joven y 
lo había usado desde entonces. Más porque el nombre tenía el suyo11, y eso lo hacía 
especial.
Sus labios rozaron su pómulo, y trató de alejarlo.
—¡Eres asqueroso! —gritó, luchando por salir de su agarre—. ¡Me das asco!
Pero apretó sus brazos alrededor de ella, empujándola mientras mascullaba 
en su oído.
—Tengo que registrarme como delincuente sexual en cualquier ciudad a la 
que me mude ahora por tu culpa.
—¡Bien!
Se alejó de sus brazos, aterrizando en el suelo, y se apresuró hacia la puerta.
La dejó correr. Era divertido de ver.
Corrió hacia el pasillo y se estrelló contra la barandilla, casi doblándose a la 
mitad. Agarrándola, corrió a lo largo, dejando que la guiara hacia la escalera y 
luego bajó los escalones hacia la puerta principal.
—Ese tipo que se fue de aquí antes… —gritó desde arriba—. ¿Estás dejando 
que te folle?
Agarró la manija de la puerta, sintiendo una ola de náuseas. No. ¿Estuvo aquí 
entonces? ¿Vio a Ethan?
—Porque si así es —su tono suave y profundo la siguió por las escaleras 
mientras el sonido de sus pasos se acercaba—. Lo voy a atar aquí mismo en tu casa. 
Justo después de hacerle ver cómo follo lo que es mío.
Cerró los ojos contra el ardor mientras caían lágrimas. Le temblaban tanto las 
manos que apenas podía girar la cerradura.
—Solo piénsalo… —continuó Damon.
Cállate.
—Podrías caminar por este lugar durante días y nunca saber que está 
balanceándose muerto justo encima de ti.
Tiró de la cadena, deslizándola y tirando de ella, tratando de liberarla.
—O sentado en la mesa de tu cocina en uno de los asientos vacíos con un 
alambre alrededor de su cuello y su lengua colgando de su boca —se burló más, su 
voz resonó más cerca.
Y luego golpeó sus manos contra la puerta a ambos lados de su cabeza, 
haciéndola saltar. Ella gritó cuando se inclinó a su oreja.
—Pobre niña —susurró—. Puede que ni siquiera sepas que hay un cadáver 
aquí hasta que comience a oler y las moscas pululen en la carne podrida.
Se dio la vuelta y le arrojó un puño a la cara.
—¡Llamaré a la policía!
—Adelante. —Se rio, impasible por la bofetada—. A ver si me puedes 
reconocer de una fila de sospechosos.
Negó. Era el diablo.
Pero una vez, pensó que era un ángel. Un ángel oscuro y hermoso.
La bilis se levantó de su estómago. Iba a vomitar.
Sin embargo, la agarró, sujetándola tan fuerte que apenas podía respirar. 
Enredó un puño en la parte de atrás de su cabello, obligándola a enfrentarlo.
—Te pedí una cosa —masculló, su aliento cayendo en sus labios—. Lealtad. 
Lo único que te exigí.
Gritó, su cuero cabelludo ardiendo.
—¡Me mentiste!
—Y me enviaste a la cárcel por tres años, y niña, eso no nos hace estar parejos 
ni de cerca.
Luego la soltó, tirándola. Ella apretó los dientes y extendió las manos de 
nuevo, lista para él.
—Rika puede no haber merecido mi ira y mi venganza, pero cariño, te has 
ganado cada centímetro de lo que se te viene encima. —Se estiró y agarró su 
mandíbula—. Y lo sabes, pequeño diablo.
Se apartó de su toque, y la tiró lejos de la puerta, girando todas las cerraduras 
y abriéndola.
Había visto su traición con sus propios ojos. No hubo error esta vez.
—Consigue un perro, consigue un arma, compra un mejor sistema de alarma, 
haz lo que quieras —le dijo—. Porque nada me detendrá. De hecho —su voz 
sonaba extrañamente emocionada—, realmente te va a encantar esta próxima 
parte.
Y entonces la puerta se cerró de golpe.
Se quedó allí, congelada.
Oh, Dios. Agitó los brazos, girándose y dando pasos y sin sentir nada más que 
paredes y muebles. ¿Se había ido?
Comenzó a llorar, incapaz de contenerlo.
Mientras se dirigía a la mesa junto a la puerta de entrada, buscándola a 
tientas, tomó el teléfono fijo y marcó el 911.
Luego se deslizó por la pared hasta el piso, sollozando mientras la línea 
sonaba.

Proximamente en 2019

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